La vista, el oído, el gusto, el tacto… ¿y el olfato? Se trata del sentido más misterioso, más complejo y menos estudiado de los cinco. Sumérgete con nosotros en un mundo que aúna fragancias, recuerdos y atracciones irresistibles.
¿Sabías que nuestro cerebro puede diferenciar y reconocer hasta 10.000 olores diferentes?
¿Que se puede oler el miedo y la amistad?
¿Que cada persona tiene un olor único y que es posible reconocer y ser reconocidos por otros mediante el olfato?
Pero hace tan sólo unos años que este campo se estudia con detenimiento. En 2004 el Premio Nóbel de Medicina reconocía la labor pionera de Richard Axel y Linda Buck en el estudio del olfato, por sus trabajos acerca de la compleja relación del cerebro con el sistema odorífero.
Gracias a ellos se abrió un nuevo campo de investigación recurriendo a técnicas moleculares y así explicar la lógica del olor. En primer lugar descubrieron que nuestro cerebro diferencia y reconoce 10.000 olores diferentes y que más del 3% de nuestro ADN se corresponde con los receptores olfativos.
El aire que nos rodea, aparte de estar compuesto de oxígeno, contiene además multitud de moléculas que se pueden oler, llamadas odoríferos, y que inhalamos con la respiración. En el techo de nuestra cavidad nasal tenemos nada menos, que 5 millones de células olfativas receptoras, que transmiten esta información directamente al cerebro atravesando el sistema límbico hasta el hipotálamo.
De los cinco sentidos no hay otro tan misterioso y fascinante como éste, precisamente, por el recorrido que hacen estas moléculas del olor: el sistema límbico y el hipotálamo son las zonas del cerebro involucradas en las emociones, la motivación, el estado de ánimo y la memoria.
La profundización en el estudio del olfato y tales descubrimientos son los que han hecho posible el puente entre la biología y la sociología, ya que el sistema límbico es la base de la pulsión social. De ahí, que hoy día, sepamos que el olfato participa en el mundo de las interrelaciones sociales aún más de lo que se cree.
Y es que, para empezar, los departamentos de Ciencias de la Universidad de Carolina del Norte y la Universidad John Hopkins en EE. UU. han descubierto que los espermatozoides se guían por el olfato para alcanzar el óvulo.
Otra de las razones para afirmar categóricamente la profunda interrelación existente entre sexo y olfato es la segregación de feromonas por parte de todos los animales. Las feromonas son las sustancias olorosas que se segregan para atraer sexualmente al sexo contrario. De ahí que un ser humano pueda sentirse atraído irresistiblemente por otro sin saber muy bien por qué, y de ahí que se hable también de “química entre dos personas”, química invisible pero real.
Los olores nos rodean sin darnos cuenta, nos rodean y nos afectan. Otro dato curioso es que las mujeres que conviven juntas acaban sincronizando sus ciclos menstruales de una forma asombrosa. Y además, se ha demostrado que la capacidad olfativa de la mujer varía, alcanzando su máxima amplitud en la mitad del ciclo menstrual.
Lo más curioso es cómo los seres humanos no nos guiamos por el olor, al contrario que los animales, que se sirven del olfato para encontrar comida, reconocer caminos y territorios, conseguir pareja y reproducirse…
Y para colmo, no sólo no nos guiamos por nuestro olfato, sino que nos empeñamos en ocultar y disfrazar los olores con multitud de ambientadores y perfumes artificiales, obviando las señales químicas que todos emitimos.
Los estudiosos en la comunicación no verbal se han dado cuenta de este punto tan fundamental. Es sabido que el ser humano no sólo se comunica de forma verbal, sino que nuestra postura, nuestros gestos y nuestros olores nos delatan de manera más profunda y verdadera. Esto es, que podemos saber mucho más acerca de una persona por sus movimientos y olor personal, que por lo que dice.
Los estudios sobre personalidades más importantes en este campo, los de Harry Wiener y Flora Davies se orientan en este sentido. Wiener llama la atención sobre un sentido olfativo subconsciente, al que denomina Mensajero Químico Externo. Estos son las feromonas por ejemplo, la información que damos de nosotros mismos a los otros, como la atracción sexual, el miedo, la pertenencia a una cultura…
Esta teoría de los MQE explicaría por qué en general, las emociones se contagian en las multitudes, o la respuesta de algunos animales cuando nos acercamos.
El modo en que los animales se guían por el olfato y el hecho de que los seres humanos ya no, indica la existencia de un eslabón perdido entre ambos: ha de haber una razón, ¿cuándo, cómo y por qué perdimos el olfato?
Y si prestamos atención a multitud de estudios antropológicos encontraremos la respuesta.
La relación entre olfatear y conocer es intrínseca en miles de culturas primitivas o tradicionales. En 1800, en Bohemia, tradicionalmente se dejaba a los novios solos durante una noche para que pudieran: “aby se scuchli” (“olerse mutuamente”).
El pueblo tuvino de Mongolia tiene la costumbre de olerse al saludarse y al despedirse, por ejemplo. Los habitantes de Samoa no sólo se frotan las narices al verse, sino que además se olfatean las manos el uno al otro, al igual que lo hacen los kanum de Nueva Guinea. Y entre ellos se consideraba un signo de especial amistad el recoger el sudor de la axila del otro, olerlo, y a continuación frotárselo en el pecho. Ritual del sudor que se lleva a cabo también en las tribus de Australia.
¿Es posible que de estos gestos provenga el apretón de manos occidental?
¿Y los besos?
Existen estudios antropológicos que prueban que el besarse (algo normal hoy día) no era del conocimiento general en la Edad Media. Antes los besos eran de nariz, se colocaba la nariz en el rostro del ser querido y se aspiraba profundamente.
Este sigue siendo el tipo de beso tradicional en algunos lugares de China y entre los maoríes de Nueva Zelanda. Los pueblos de las montañas de Chitogong, en su idioma, no dicen “dame un beso”, sino “huéleme” . Y de igual manera se abrazan, inspirando profundamente con la nariz, los indios y los malayos…
El olor de cada persona es único, reconocible. Y el estrecho contacto de los cuerpos al saludarse o despedirse, permite percibir la fragancia del otro, fragancia que permanece incluso cuando la otra persona ya se ha ido y que nos hace recordarlo de una forma más intensa.
Y esto es debido al gran poder evocador de los olores. Podemos ver fotos de nuestra infancia, pero nada nos la recordará más y mejor que algunos aromas, como el olor a plastilina, a la mezcla de galletas y leche caliente… (para cada uno es un olor determinado, en mi caso el olor a serrín me transporta a mi infancia y al taller de mi abuelo, que era carpintero; en el caso de Proust, las magdalenas en el té caliente…).
Es muy frecuente también el oler alguna prenda de vestir del ser amado, cuando se ha ido lejos, para sentir algún consuelo.
Mientras que en Occidente el consumo de perfumes y ambientadores crece cada año, en el continente asiático siguen atribuyéndole un lugar privilegiado al olfato, a los olores naturales y a la curación mediante ellos, con terapias como la Aromaterapia.
Basada en la importante función del olfato, la Aromaterapia es la ciencia que busca la esencia ideal para cada dolencia, cada necesidad y personalidad. Ciertos olores agradables tienen la virtud de lograr que nuestro cerebro segregue más serotonina, la “hormona de la felicidad” , olores diferentes que nos estimulan, otros que nos tranquilizan…
Es tan sólo el olor justo, en la cantidad correcta y en el momento apropiado. Algo tan aparentemente sencillo, pero que sin embargo impacta de manera abrumadora e instantánea sobre el sistema límbico, que como ya decíamos antes, es el sitio del cerebro donde se procesan las emociones.
Como punto final, una recomendación: dejémonos llevar un poco más por los sentidos y el instinto en este mundo tan racional, un mundo repleto de fragancias, emociones y recuerdos nos espera. Piensa un poco, ¿a qué huele ahora?
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