"Mándalas, formas de la estructura básica de la creación universal"
La elaboración meditativa de mándalas es un arte milenario que conlleva un proceso de introspección, autoconocimiento y creatividad, siendo conocido su uso en las escuelas tibetanas como apoyo a la meditación para llegar a niveles mentales más elevados. Sin embargo, el término mándala es originario del sánscrito hindú, traducido literalmente significa “círculo”, generalizándose su uso en diversas culturas para denominar aquellos diagramas geométricos de carácter circular realizados con pinturas u otros materiales, comúnmente con intención espiritual, para representar de forma simbólica el macrocosmos y el microcosmos.
En la figura de un mándala las formas geométricas tienden a organizarse en diferentes niveles visuales; tradicionalmente las más habituales suelen ser el circulo, el triángulo, el cuadrado y el rectángulo, sobre los cuales si se quiere se puede dibujar –según la complejidad y el sentido simbólico que quiera dársele- formas de animales, del ser humano, la naturaleza o dioses. Los dibujos siempre se distribuyen de forma concéntrica o equidistante a un centro, evocando de este modo el sentido cíclico del eterno retorno y transmutación de la energía universal o de los ciclos de la naturaleza, así como la idea de perfección y comunión, rueda o totalidad.
Por otra parte, al observar con atención nuestro entorno, descubrimos que este esquema concéntrico con un núcleo en el centro es una estructura básica de la creación universal, presente en las formas que dibujan la vida en el planeta y en el universo; es un patrón que se repite en cada célula del tejido vivo –entre ellas, en el óvulo fecundado que da origen a una nueva vida–, en la cristalización del agua que forma el hielo, en la figura que forman los pétalos de una flor abierta, en los anillos del tronco de un árbol, así como en la figura que esboza la unidad más básica de la energía y la materia: el átomo. También se revela esta forma en el espacio que circunda el tránsito de la Luna alrededor de la Tierra, del mismo modo podríamos decir que nuestro Sistema Solar recrea un gran mándala, al igual que la Vía Láctea.
De manera que la figura del mándala es mucho más que un simple dibujo geométrico, es un diagrama cuya forma está presente en el inconsciente colectivo del ser humano, recordándonos nuestra relación con el infinito, a la vez que la estructura de nuestra interioridad en términos de materia y energía. Tal vez por eso es una forma representada universalmente, encontrándola recreada en la arquitectura así como en objetos artístico o religiosos de prácticamente todas las culturas que han poblado el planeta: en la cultura hindú, el Tíbet, en los indios navajos del norte de América, en los mayas y aztecas, en los celtas, en Japón y en China, en los aborígenes australianos, en la cultura griega, en la árabe, en la religión musulmana, en el arte cristiano, etcétera.
Por esta razón, la creación de mándalas se ha utilizado como herramienta de enseñanza espiritual, con el objeto de procurar un espacio de energía y un estado psicoemocional propicio para la meditación y la iniciación. Según el psicólogo y escritor británico David Fontana, tanto la representación geométrica en diferentes niveles como el simbolismo implícito en los mándalas, otorgan una vía que posibilita el acceso progresivo a niveles más profundos del inconsciente, favoreciendo la experiencia mística del conocimiento y de comunión con el universo. Por lo tanto, su representación simbólica de totalidad involucra también la totalidad del individuo como ser humano, en el aspecto físico, mental, emocional y espiritual; la totalidad del ser, consciente, subconsciente e inconsciente. De este modo, utilizado como una guía meditativa para el conocimiento de uno mismo, el mándala funciona como un diagrama de la realidad interior que orienta y secunda el desarrollo de la psique. De hecho, el reconocido psiquiatra Carl Jung, refiriéndose a su propio proceso de autoconocimiento, escribió: “Dibujaba cada mañana en un cuaderno un pequeño motivo circular, un mándala, que parecía corresponder a mi situación interna en ese momento… Fue poco a poco que descubrí qué es en realidad un mándala: es el Self o si mismo, la totalidad de la personalidad, que si todo anda bien es armoniosa” (1).
La creación de un mándala por lo tanto, además de aportarnos el necesario espacio meditativo y de sabiduría implícito en la propia labor creativa, una vez finalizado nos refleja simbólicamente una proyección de nuestro estado interior; no como un espejo que proyecta nuestra faceta exterior, sino más bien como el conocimiento que descubrimos en el iris de una pupila, de una mirada que desvela la propia interioridad. Posteriormente, al contemplarlo una y otra vez, vamos descubriendo nuevas significaciones y nuevos simbolismos que van enriqueciendo el proceso de autoconocimiento, sorprendiéndonos por el contenido y la belleza que estos diagramas nos permiten plasmar y, al mismo tiempo, extraer.
Si no nos atrevemos a crear un mándala, podemos comenzar simplemente observando de forma meditativa alguno ya creado, centrando la mente en como nuestro interior se conecta con las formas y los colores. La visualización debe ser organizada y rítmica, sin prisa, siguiendo el orden de un puntero de reloj, desde adentro hacia afuera, o bien, si se prefiere, comenzando por la periferia hasta llegar al núcleo; para no cansar la vista es importante que el impreso sea de un tamaño más bien grande. A continuación se puede cerrar los ojos y recrear, mentalmente, paso a paso todo el recorrido. También podemos pintar, rellenando intuitivamente de colores las formas ya dibujadas en un mándala, a la vez que respiramos relajadamente en un proceso de meditación activa. Los colores que elijamos reflejarán el estado de ánimo de ese momento, y la dirección en la que pintemos nos revelará algunos aspectos internos, como por ejemplo: si intuitivamente pintamos desde el centro hacia afuera, significa que hay un deseo de exteriorizar las emociones, en cambio si lo hacemos en sentido contrario, se refleja una búsqueda de nuestro propio centro y de autoconocimiento.
En resumen, el mándala puede ser trabajado por cualquier persona, desde un niño hasta un anciano, transformándose en una poderosa herramienta de concentración y relajación, que además contribuye a reintegrar de forma armónica esa disociación del “yo” a la que hace referencia Jung en sus escritos, provocada por el tipo de vida a la que nos conduce esta ajetreada sociedad en la que vivimos. ¡Os invito a introduciros en el misterio de los mándalas! Disfrutarán con su belleza y descubrirán una cautivadora vía de reencuentro con vuestra interioridad.
(1) Jung, Carl G.: “Arquetipos e inconsciente colectivo”, Paidos, 1991.
Fuente: http://www.procreartevida.wordpress.com/ (Patricia Abarca)
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