La palabra “Aromaterapia” significa terapia a través de los aromas, sin que se especifique el origen de éstos.
Habitualmente, los aromas se emplean en forma de inciensos de esencias florales y aceites esenciales. Otros métodos de aromaterapia incluyen velas aromáticas, jabones y almohadillas perfumadas.
Comúnmente llamados esencias, los aceites esenciales son sustancias de consistencia grasosa más o menos fluidas, a veces resinosas, muy perfumadas, volátiles, casi siempre de color y más livianas que el agua. Se distinguen de los otros aceites porque se volatilizan por la acción del aire y del calor. La mayoría de las plantas contiene esencias, según los casos, los aceites esenciales se extraen de las flores, de las hojas, de las semillas, de las raíces, de los frutos, de las cortezas o de la madera.
Contrariamente a lo que se piensa, la aromaterapia no es sólo una terapia basada en olores, puesto que hay numerosas maneras de aplicar estos aceites; es decir, no curan únicamente los olores, sino también la carga energética y la gran cantidad de componentes químicos que forman la estructura molecular de los aceites. Diluidos, estos aceites pueden aplicarse en forma de cremas, lociones, linimentos, emulsiones, cataplasmas, ungüentos, etc.
Los aceites esenciales han sido utilizados desde tiempos ancestrales para beneficiarse de sus propiedades terapéuticas para el cuerpo y la mente. Cada aceite esencial posee propiedades particulares y la aromaterapia enseña el modo como cada una de estas propiedades particulares debe utilizarse para incrementar nuestro bienestar.
Un poco de historia
Los inicios de esta terapia se remontan a los orígenes del hombre, aunque el concepto de aromaterapia sea relativamente moderno.
Las plantas constituyen el modo de alimento más natural y fácil de obtener que hay. Nuestros antepasados no tardaron en advertir que las raíces, los frutos y las hojas comestibles de determinadas plantas poseían otras propiedades además de servir para calmar el hambre. Los pueblos primitivos sabían que el humo procedente de algunas maderas poseía distintos efectos sobre el organismo. Según la planta o árbol que quemaran, los miembros de la tribu se sentían somnolientos, felices, irritables e, incluso, vivían una experiencia espiritual. Posteriormente, el procedimiento de arrojar humo aromático sobre los enfermos se convirtió en un método de curación.
La inhalación del humo mágico o especial inspiró las primitivas creencias religiosas, aún hoy día se utiliza el incienso como un intrumento espiritual que favorece la meditación.
Por ejemplo, el uso de aceites esenciales en Egipto se remonta a la época de los faraones. Se han encontrado en tumbas egipcias vasijas de albastro que datan de 2000 y 3000 años antes de Cristo, algunas de ellas contenían ungüentos aromáticos en perfecto estado de conservación. En la tumba de Tutankamon (en 1922) se hallaron vasijas y potes que contenían un ungüento hecho con incienso y una base de grasa animal. Asimismo, se han hallado documentos escritos en tablas de arcilla que demuestran que Egipto importaba madera de cedro y de ciprés, lo cual confirma que desde la antigüedad ya existía un comercio internacional de aceites esenciales.
Durante las investigaciones arqueológicas modernas se descubrió el uso de la mirra, el cedro y otros productos aromáticos en el proceso de momificación, lo cual evidencia ampliamente sus poderes antisépticos. Actualmente se sustenta la teoría de que los egipcios fueron los primeros que utilizaron una primitiva forma de destilación, precediendo en 2000 años a los árabes, pueblo al que habitualmente se atribuye este descubrimiento.
Los antiguos griegos adquirieron de los egipcios buena parte de sus conocimientos acerca de los aceites esenciales, pero también sabían que el aroma de ciertas flores servía para levantar el ánimo o relajar. De hecho, el primer aromaterapeuta de la historia fue el griego Teofrasto, que escribió un tratado "Relativo a los olores", en el que analizaba los efectos que causaban los distintos aromas en el pensamiento, los sentimientos y la salud corporal.
A través de muchos médicos griegos que fueron empleados por los romanos, poco a poco, se difundió el uso de las plantas medicinales por el mundo antiguo. La caída del Imperio Romano propició que muchos de
estos médicos huyeran a Constantinopla, llevándose consigo sus conocimientos.
De este modo, las obras de los grandes médicos grecorromanos, como Galeno e Hipócrates, fueron cuidadosamente traducidas al árabe y su ciencia se difundió por Oriente. Durante la época de la cruzadas, los cirujanos barberos europeos trabajaban junto con los médicos árabes, de quienes aprendieron la importancia de la higiene y la utilidad de los aceites. Los caballeros que regresaban de las cruzadas trajeron a Europa las plantas y los aceites, junto con los conocimientos del proceso de destilación por corriente de vapor (método de extracción descubierto por Avicena, el médico árabe más importante de la antigüedad). Posteriormente, los perfumistas europeos comenzaron a experimentar con plantas locales.
Según relatan los historiadores, en 1665, el año de la gran peste en Gran Bretaña, los londinenses quemaban en las calles lavanda, madera de cedro y de ciprés para prevenir el contagio. En la actualidad, esta práctica popular ha sido validada científicamente, ya que se ha constatado que los aceites esenciales utilizados en la aromaterapia, la mayoría de ellos, también poseen capacidad antibiótica. Evidentemente, la capacidad antibiótica varía según el tipo aceite. De los resultados obtenidos, se deduce que el tomillo es la esencia con más poder de inhibición; en menor medida, el árbol de té y el limón también demostraron poseer un notable espectro de inhibición.
Retomemos la historia. En el año 1928, el químico francés René Maurice Gattefossé acuñó el término aromatherapie. Sus trabajos de investigación fueron el resultado de un accidente: mientras trabajaba en el laboratorio de una perfumería se quemó gravemente la mano y la sumergió en un recipiente que contenía aceite de lavanda. El resultado fue que su mano se curó rápidamente y no le quedaron cicatrices. Gattefossé se percató de que las propiedades curativas del aceite de lavanda eran superiores a las de los preparados sintéticos con los había trabajado anteriormente. Desde entonces comenzó a investigar las propiedades curativas de otros aceites esenciales, basándose en sus propiedades químicas y sus aromas.
FUENTE: "Guia de Aromaterapia" (Mikel Garcia Iturrioz)
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