Quien se desempeñe como investigadora de la Universidades de Essex y Oxford merece, por lo menos, respeto y atención en lo que descubre.
Un reportaje realizado por la periodista del diario La Vanguardia de Barcelona, Ima Sanchís, a Elaine Fox, neurocientífica, revela con precisión las conclusiones de un estudio que se realizó en una residencia de ancianos de Estados Unidos.
"¿Qué caracteriza el optimismo?", pregunta Sanchís, y la Dra. Fox responde: "Una de las claves es el sentimiento de control de la propia vida.
En EE.UU. se realizó un estudio muy interesante en una residencia de ancianos que lo demuestra. A cada anciano le dieron una planta y la posibilidad de ver una película a la semana, pero a unos les dejaban decidir sobre los cuidados de la planta y el día y la hora para ver la película. A otros les imponían la manera de cuidar la planta y cuándo ver la película. En tres años de seguimiento se observó que los niveles de bienestar y salud eran mucho más altos en los que tenían el control".
Ajustemos la mira
La experiencia no se hizo con un grupo de estudiantes ni siquiera con jóvenes profesionales u operarios de fábrica, sino en un geriátrico. Esto es, en un ámbito donde no hay objetivos por cumplir, niveles de venta o estándares de producción. Lo que impuso el experimento es pura regulación, sin resultados por evaluar, lo que lleva a pensar cuánto inciden algunas regulaciones que no tienen sentido ni vigencia en la calidad de vida de las personas.
La disciplina en sí misma, excepto en determinadas actividades como la formación militar clásica, no parece aportar mucho nunca. Estas cuestiones se hacen evidentes cuando las reglas permanecen en el tiempo, aunque no se justifiquen. Se controla lo que ya no necesita control.
Si agregamos a lo que nos deja la experiencia del geriátrico aquello que se preanuncia sobre las nuevas generaciones de trabajadores, que privilegian su calidad de vida por sobre otras recompensas tradicionales como la remuneración o los premios en dinero, se entiende un poco más la tendencia a flexibilizar los horarios, la alternancia de trabajo en la oficina y el hogar, gozar de más tiempo libre, más todas las otras innovaciones que se van acomodando a las necesidades de los que ya están ingresando al mercado laboral y los que lo harán en un futuro próximo.
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La otra cara de la experiencia presenta un cuadro bastante más triste. El otro grupo de ancianos, el que sirvió como testigo para comparar resultados, no logró el estado de bienestar y salud, al cabo de tres años, de quienes dispusieron de sus tiempos con total libertad. Simplemente, obedecieron unas pautas que, seguramente, fueron las que vivieron la mayor parte de su vida.
El reconocimiento de las dos caras del experimento es una alerta que vale la pena atender, porque saca a la luz que hay necesidades que no son patrimonio exclusivo de los jóvenes, sino de todas las personas, de todas las épocas, de toda la historia del trabajo en las organizaciones.
FUENTE: Diario La Nacion
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