TITULARES

viernes, 4 de enero de 2013

Pin It

Widgets

¿POR QUE SEGUIMOS AFERRADOS A UNA RELACION QUE NO FUNCIONA?...

Es innegable que a todos nos causa mucho dolor la ruptura de una relación, y aún duele más si quien decide romper es la otra persona. No me estaré refiriendo en este artículo a la separación por la muerte, pues aunque resulta una ruptura igualmente dolorosa, no suele concebirse como un abandono, en todo caso, un abandono involuntario, y en eso podemos encontrar un cierto consuelo. Nos referiremos a la ruptura cuando alguien decide abandonarnos por voluntad propia.

Toda ruptura implica una pérdida y cuando hablo de pérdida me estoy refiriendo a la pérdida de algunos hábitos. Se apodera de nosotros el miedo al cambio, nos sentimos inseguros de alguna manera. 
La formación de hábitos es un valioso mecanismo de adaptación que nos agiliza la vida. Los estereotipos que conforman nuestro comportamiento nos permiten ganar tiempo y concentrarnos en las actividades más complejas, que requieren el uso de nuestro pensamiento. Cuando una situación se interpone en el estereotipo conductual, sobreviene una carga de ansiedad que nos hace sentir incómodos, molestos. En tal sentido, cuando una relación se acaba, tienden a cambiar muchas cosas en nuestra vida, se rompen hábitos de convivencia, desde lo más radical, que suele ser cambiar de lugar de residencia, hasta cualquier otra costumbre, como dormir en otra cama, no compartir un desayuno, o no ver la tele juntos.

Es lógico que esta situación nos desestabilice por un tiempo y hasta nos conduzca a la depresión. Pero, ¿qué pasa si nos mantenemos aferrados a la relación, sin aceptar una ruptura que parece definitiva?

Puede que la relación no haya sido tan larga como para formar muchos hábitos de convivencia; aún así, lo que expondré es igualmente válido para cualquier rompimiento, independientemente del tiempo o de la edad que tengan los miembros de la pareja. Puedo incluso afirmar que, el aferrarse caprichosamente a una relación que no funciona, no depende directamente del tiempo vivido juntos o de la edad, como veremos más adelante.

Cuando nuestra pareja nos propone terminar, nos asalta el miedo a la soledad, a no tener quien nos proteja, a perder lo que “nos pertenece”. Estas son necesidades básicas o primarias, que surgen poco tiempo después del nacimiento y que constituyen la base donde se asienta la autoconciencia del niño. Son necesidades de seguridad o protección y de afiliación o aceptación social (afecto, pertenencia y amistad). 
Es de esperar que a partir de la adolescencia, una autoestima sana, le permita pasar a la etapa de lo que llama el psicólogo norteamericano G. Allport, esfuerzo o lucha propia, en donde estará apto para proponerse metas, ideales, planes, vocaciones y demandas. La culminación de la lucha propia sería, según este autor, la habilidad de decir “soy el dueño de mi propia vida”.

Cualquier dificultad en la maduración del yo, mantiene a la persona fijada en etapas infantiles, buscando sustitutos de las primeras figuras paternas, para que satisfagan las necesidades de protección y aceptación, que aún no ha logrado trascender. Por supuesto, la persona no es culpable de esta falta de madurez psicológica, lo cual depende, fundamentalmente, de factores educativos, cuyos orígenes están en la falta de recursos psicológicos que tienen los adultos para lidiar con estas primeras necesidades del niño. Atmósferas sobreprotectoras, autoritarias, de rechazo, represivas, humillantes, van conformando el núcleo inconsciente del estilo de vida de un futuro adulto inseguro, dependiente, que identifica afecto con posesión.

Esta necesidad de reconocerse a sí mismos a través del otro, sitúa a la persona en una etapa primaria de la autoestima. Al estar en pareja nos identificamos con la otra persona, como un mecanismo compensatorio o de defensa del yo. Es lo que se conoce en Psicología como proyección. Proyectamos en el otro nuestras cualidades positivas y negativas, nuestros deseos y necesidades e incluso nuestras culpas y vergüenzas.

Claro está, la proyección se produce cuando no hemos logrado madurar emocionalmente, cuando nos empeñamos en permanecer ocultos detrás de una “máscara”, que impide acceder a nuestro verdadero yo. Cuando deseamos que otro asuma por nosotros lo que somos y no estamos dispuestos a aceptar. Cuando responsabilizamos al otro de nuestro comportamiento.

Por otro lado, surge el miedo a la pérdida. Nos identificamos con lo que tenemos, con lo que creemos poseer, como el niño antes de los tres años. Su pensamiento concreto le impide la generalización. Al niño le cuesta desprenderse de lo que le rodea porque en esto encuentra su propia identidad. Es un egocentrismo natural para la primera infancia, pero arcaico para la adultez. También a este fenómeno le llamó S. Freud, fijación.

De este modo, una de las ideas que propongo en este artículo es que la causa de que no aceptemos una ruptura y nos aferremos a una relación que no funciona es permanecer emocionalmente infantiles. En Psicología se ha identificado este comportamiento como el síndrome de Peter Pan o la persona que nunca crece. No querer soltar implica una necesidad de protegerse de su inseguridad, miedo a no ser queridos ni aceptados, una identificación con factores externos, una prolongación de nuestro yo en los demás.

Hasta tanto no evolucionemos a necesidades superiores seguiremos haciendo depender de otros la satisfacción de las necesidades psicológicas básicas, a saber, protección, pertenencia y autoestima, según la pirámide de necesidades propuesta por el psicólogo humanista A. Maslow.

La auténtica libertad no puede experimentarse hasta que no se aprenda a dominar el ego. El ego no es más que un reflejo de lo que los otros ven en uno. Trascenderlo significa no necesitar del otro para saber quiénes somos, qué necesitamos y cómo podemos alcanzar lo que nos proponemos.


¿Qué significa quererse a sí mismo?
No se trata de ignorar los errores, justificar los caprichos, anteponer las necesidades a la de los otros y tornarse un narcisista. Quererse a sí mismo es hacerse responsable de nuestros actos, no ser demasiado condescendiente con uno mismo, ni ser demasiado exigente.

Quererse a sí mismo es sentirse completo en soledad, según Osho. No necesitar del otro para saber quiénes somos. A esto se le llama trascender el ego, es quitarse las máscaras de los condicionamientos. El sabio hindú marca la diferencia entre estar solo y sentirse solitario. Estar solitario es la ausencia del otro, es necesitar del otro para sentirse seguro. Soledad es la presencia de uno mismo, es encontrarse, es ser conscientes de quién somos.

Solo estaremos preparados para convivir en pareja, si estamos dispuestos a aprender de ella, enriquecernos emocional e intelectualmente con su comunicación, sin mentirle ni mentirnos. Expresar directamente nuestras necesidades, emociones y pensamientos, sin buscar aceptación y sin temor al abandono. Millones de personas se mantienen infantiles toda su vida. Son adultos por edad cronológica, pero nunca crecen psicológicamente. Siempre necesitarán del otro, serán incapaces de dar amor. Lo anhelan pero no llegan a conocerlo. Y es que el amor no se exige, no es una obligación, sencillamente surge y también puede morir. El amor es sinónimo de libertad, es la pérdida del miedo a ser uno mismo.


¿Qué hacer entonces para superar una ruptura?
El primer paso es proponerse el autoconocimiento. Lo importante es que tomemos conciencia que cuando no superamos una ruptura nuestra identificación es limitada y nos falta madurez emocional. No se empeñe en competir, no tiene que ser el mejor. Basta con que sea responsable de su vida, es decir, comience a tomar conciencia de quién es y lo que desea. Acepte sus errores y aprenda de ellos. No hay otra forma de aprender. Recuerde que solo alcanzará la autorrealización personal cuando pueda decidir el rumbo de su vida. Encontrará la libertad de ser uno mismo. Solo así pondremos amor en todo lo que hagamos y podremos compartir nuestra belleza, tan intensamente mientras lo sintamos.

Si una relación se rompe, acepte que ha terminado, no se sienta mal por ello. Es un ciclo que ha concluido, una etapa que se ha vencido. Tenga presente que mientras mayor sea su dolor, demuestra que su autoestima es menos sana, mayor es su ego, es menos libre y tiene menor capacidad de amar. Nada es permanente. Cuando una persona se aleja es señal de que ya no se necesitaban mutuamente. Es una oportunidad para averiguar qué nos pasa y reconciliarnos con nosotros mismos. Es una oportunidad para aprender a caminar por sí mismo.

Que esto forme parte de un desprendimiento voluntario: al dejar ir a su pareja, deja ir a su ego.


FUENTE: www.psicologia-online.com | Autora: Dra. Marisela Rodríguez Rebustillo, Ph.D.

Publicar un comentario

 
Copyright © 2014 CLICK-OK !