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lunes, 12 de noviembre de 2012

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PLANTAR UN FUTURO MEJOR...

Tras el desastre de Hiroshima, algunos árboles lograron sobrevivir. Con sus semillas se hacen jardines que son un mensaje de paz global. 

En la mañana del 6 de agosto de 1945 sólo hubo muerte y horror en Hiroshima. Un fuego abrasador -la inconcebible temperatura de 4000°C, ¿cuántos soles estallaron ese día sobre sus desprevenidos habitantes?- lo calcinó todo. 

En segundos, edificios, escuelas, parques, niños, adultos, jardines y mascotas, dejaron de ser lo que eran. La bomba atómica convirtió a la ciudad en una enorme herida abierta: restos informes y carbonizados entre los que se esparcía, invisible y letal, la radiación. 

Pasado el primer impacto, mientras la gente seguía muriendo (más de 100.000 personas fueron borradas del mundo, casi en un abrir y cerrar de ojos ), los científicos calculaban los efectos del desastre: al menos 70 años, estimaban, habría que esperar para que algo nuevo creciera en aquella tierra arrasada. Sin embargo, en octubre de ese mismo año la vida siguió otro curso. 

Contra todo pronóstico, en el área más castigada por la explosión, comenzaron a asomar pequeños brotes de verde. El milagro tenía nombre: Ginkgo biloba, Diospyros Kaki, Ilex rotunda y Alcanfor. Los árboles de Hiroshima. 

La silenciosa promesa de continuidad y protección que tanto necesitaban los desolados sobrevivientes humanos. 

Sueños en verde "¡Llegaron las semillas!" Julio Bernal, integrante de la comisión de padres del Instituto Argentino Japonés Nichia Gakuin, habrá pensado que el azar a veces posee una lógica contundente. 

El pasado 6 de agosto, en el 67° aniversario de la explosión que cambió todo, la directora del Jardín Botánico de Buenos Aires le concedió el honor de abrir un sobre con un contenido muy especial: semillas de las especies sobrevivientes de la bomba. "Son 170 árboles -explica Julio-. 

Si vas a Hiroshima, los podés ver. Cada uno tiene una placa que lo identifica." Hace un año, integrantes de una ONG japonesa (ANT-Hiroshima) comenzaron a recoger estas semillas. Junto con Green Legacy Hiroshima (iniciativa vinculada con la ONU), concibieron un hermoso proyecto: crear, con los descendientes de los 170 sobrevivientes de la bomba, jardines para la paz en diversas partes del mundo. Sobres que contienen semillas cuidadosamente seleccionadas pronto salieron de Japón y viajaron a jardines botánicos y universidades de Rusia, Holanda, Sudáfrica, Colombia y Singapur. Uno de ellos llegó también a la Argentina gracias a las gestiones y el convenio con el Jardín Botánico Carlos Thays, realizados por los padres del Nichia Gakuin. 

Tras su largo viaje desde la otra punta del mundo, las 176 semillas destinadas a nuestro país se recibieron con la emoción con que se asiste a un nacimiento. Una parte quedó en el Botánico. El resto está a cargo de Francisco Kitagawa, otro integrante de la comisión de padres, que asegura: "Quisiera que los niños, alguna vez, puedan jugar bajo las sombras de estos árboles". Por ahora, lo que hay son macetas cuidadosamente dispuestas en invernaderos, de las que ya asoman, diminutas y poderosas, las plantas-bebes. "La parte crítica de la germinación ya pasó", comenta Francisco, sonriente aunque consciente de la enorme responsabilidad que te le toca en toda esta empresa. Marcelo Makiya, presidente de la comisión directiva del Nichia Gakuin, se entusiasma y se acuerda de Joan Manuel Serrat cantando a Miguel Hernández: "Es como en ese tema: el árbol talado que aún tiene la vida". 

Como todo aquello destinado a trascender, los jardines para la paz poco tienen que ver con el culto a lo instantáneo. Será necesario un año de paciencia y amorosa atención para que las plantas alcancen el tamaño de un arbusto. Y otro más hasta que se conviertan en pequeños árboles. Una vez que los plantines estén listos para salir del invernadero, el Jardín Botánico los destinará a un sector especial. El resto de los futuros árboles se distribuirá en los predios de diversas entidades japonesas de todo el país. "A pesar de lo que se arrasó, la vida continúa", dice Marcelo. 

Un mensaje de futuro y redención, enraizado en la tierra y con ganas de cielo. 



FUENTE: Diario La Nacion

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